No te enamores de un artista
19 nov 2024
No te enamores de un artista. No lo hagas. Piensa en lo que realmente quieres y huye de esa necesidad, porque no es lo que un artista puede darte. Tú no quieres que te escriba una canción que te haga temblar cada vez que la escuches, ni que te dedique versos que te calen hasta los huesos. No anhelas que te pinte desnuda en un lienzo blanco, exponiéndote de una forma que nunca habías imaginado. No, tú buscas paz, armonía, estabilidad. Y déjame decirte algo: eso no lo encontrarás con nosotros.
Nosotros, los artistas, no somos seres de calma. Somos tormentas y fuegos que se apagan solo cuando se les da una razón para hacerlo. Buscas algo sencillo, un amor que no te haga preguntar por qué cada día parece diferente al anterior, pero con nosotros todo es impredecible. Un día el sol brilla tan fuerte que ni el aire se atreve a interrumpir nuestra conversación, y al siguiente, la lluvia golpea las ventanas como un llanto incontenible. La estabilidad es un concepto ajeno a nuestra naturaleza.
Lo que ofrecemos no es lo que esperas. Lo que ofrecemos es fuego, pero también es ceniza. Ofrecemos lealtad, sí, pero no una lealtad simple, sino una que desafía las convenciones, que te empuja a explorar lo que ni sabías que querías descubrir. Te damos lo inesperado, la chispa que enciende algo dentro de ti, una creatividad que fluye como un río salvaje, sin frenos, sin límites.
Y lo peor, lo que más te marcará, son las noches. No, no las noches tranquilas y acogedoras. Nosotros te arrastramos hacia noches que no quieres que terminen, noches en las que todo se mezcla, la risa, el deseo, la poesía, la necesidad de más. Pero esas mismas noches, te dejarán un vacío, una inquietud, una sensación de que todo se deshace tan rápido como se construye.
No te enamores de un artista. Porque cuando lo hagas, perderás la serenidad que buscas y te verás atrapada en un torbellino de emociones intensas. Y en algún rincón de tu ser, sabrás que no habrá vuelta atrás.
Olor a campo
23 nov 2024
Despertarse un sábado temprano de otoño me eleva la energía, especialmente cuando la naturaleza se despierta conmigo. Desde el balcón de la terraza, el aire fresco me despierta como un saludo suave pero insistente. En el ambiente se percibe un olor limpio, sereno, lleno de vida latente, que me evoca recuerdos de amaneceres pasados y charlas de días tranquilos.
El sol comienza a asomar lentamente desde el horizonte, pintando el cielo de brillantes colores, naranja y rosa, que se reflejan tímidamente en el agua, creando un brillo difícil de explicar.
Entre mis manos, sostengo mi taza de té habitual, mi refugio cálido entre el frío otoñal. El vapor sube como una espiral, llevando consigo ese aroma herbáceo de las hojas infusionadas mezclándose con el olor del campo y los reconfortantes rayos del sol.
Todo el mundo sigue dormido, pero no quiero que se despierten, para mi estoy en un instante suspendido donde el tiempo se detiene, y solo existe el campo, la danza del amanecer, el frescor del alba y mi taza de té. Todo recordándome que los instantes más simples son también los más perfectos.
¿Qué son las emociones?
30 nov 2024
Las emociones son eso que te mantienen con alma, son esas sensaciones a veces increíbles y otras veces abrumadoras pero te voy a contar que son para mí las emociones.
Son aquello que aunque tu no estés de acuerdo, te guían como un mapa a través de la vida. Son los momentos fugaces o eternos que nos recuerdan una y otra vez que somos algo más que un cuerpo que respira. Pueden ser una brisa agradable al lado del mar o una tormenta que tiene tantos truenos que no te dejan dormir por la noche pero, ahí están.
Cada emoción, ya sea de alegría, tristeza, miedo o amor, nos conecta con algo más grande que nosotros mismos, nos hace reflexionar sobre lo que somos y lo que necesitamos. Nos revelan nuestro lado vulnerable que tanto nos empeñamos en ocultar, pero también nuestras fortalezas, aquellas que queremos mostrar con tanto ímpetu. A veces pueden sofocarnos, otras veces nos impulsan hacia adelante pero siempre tienen algo que enseñarnos.
Las emociones son respuestas biológicas, psicológicas y sociales a estímulos que nos rodean. Se pueden definir como reacciones a eventos que tienen un significado para nosotros, ya sea positivo o negativo.
Hay momentos en los que sentimos el fuego del amor, como un sol que ilumina todo lo que toca, dándonos un propósito, una razón para ser. Otras veces, la tristeza se apodera de nosotros como una neblina densa que oscurece la visión, pero incluso en la oscuridad, nos enseña a mirar hacia adentro, a encontrar el consuelo en la fragilidad.
El miedo, como un guardián que se alza ante lo desconocido, nos advierte de peligros invisibles, pero también nos desafía a caminar hacia ellos, a despojarnos de la cautela y sumergirnos en lo incierto.
La ira, fuego que arde, nos empuja a la acción, a la defensa, a la lucha contra lo que sentimos como injusto, y aunque a veces nos consume, también puede abrir el camino hacia una justicia que llevábamos tiempo teniendo en mente.
También está el asco, esa emoción que hace que no te comas el bocadillo que se te cayó en el suelo del patio del colegio o que te hace no beber del vaso de tu padre si eres tan escrupuloso.
Pero no son solo los sentimientos grandiosos los que guían nuestra experiencia. Las emociones pequeñas, aquellas que no gritan pero susurran suavemente, también tienen su papel. El alivio que llega después de la incertidumbre, la gratitud por un gesto sencillo, la paz que se posa sobre el corazón como una suave brisa. Estas emociones, las que parecen pasar desapercibidas, también son las que nos sostienen, las que nos mantienen a flote cuando las aguas del caos parecen arrastrarnos.
Y todo esto, todo este mar de sensaciones, se combina y se mezcla en nuestra esencia. No hay emoción que sea aislada; cada una toca a la otra, se funde en una sinfonía de matices que, a veces, ni siquiera entendemos. Sentir tristeza junto a alegría, temor junto a esperanza, amor junto a odio; todo eso es lo que nos hace humanos, lo que nos hace ser. ¿Quién sería yo sin mis emociones?
Oreo y miel
8 dec 2024
En el garaje vive una gata del color de las oreos. Siempre está ahí, al lado de la puerta, tendida en el suelo, dejando que los primeros rayos de sol calienten su cuerpo delgado. Ella es impredecible, a veces está, otras no, pero extrañamente todos los días la veo. Al principio, solo era una figura más del paisaje, una gata cuyo pelaje me recordaba a las galletas.
A veces la encontraba al volver, moviéndose con lentitud o tumbada en el mismo lugar, como si el tiempo no existiera para ella. No me miraba mucho al principio, y yo tampoco le prestaba demasiada atención. Pero con los días, empecé a notar su constancia. No importaba la hora ni mi estado de ánimo; ella siempre estaba, como una pequeña rutina que no había planeado.
Me fui encariñando. No sé cómo ni por qué, pero un día me di cuenta de que ya no pensaba en ella como “la gata”. Le había puesto un nombre sin darme cuenta: Lila.
Lila no es de nadie y a la vez de todos, es una gata que de alguna manera se ha ganado el amor de los vecinos. Hay algo en ella que me hace sentir que, por unos instantes, este rincón del mundo también es suyo.
Un día, mientras abría la puerta del garaje, noté que su atención estaba fija en algo más allá de mí. Siguiendo su mirada, lo vi por primera vez: un gato del color de la miel, sentado al otro lado de la reja que separa mi garaje del jardín de la casa vecina. Él no puede salir de ahí; está confinado a los límites de su hogar, pero sus ojos no dejaban de seguir a Lila.
Al principio pensé que era una casualidad, ya que a veces los gatos se miran, piensan y siguen su camino, pero no tardé en darme cuenta de que había algo más. Lila rara vez se paraba frente a él, y cuando lo hacía, era al volver a su lugar después de saludarme. No le miraba con la misma calma que cuando buscaba el sol. Parecía más tensa, como si la cercanía del gato miel le recordara a algo que prefería olvidar.
No sé que ocurrió entre ellos, pero a veces Lila me saludaba con marcas de arañazos en el cuerpo haciendo que mi imaginación se inventase una historia. A lo mejor se había peleado con otros gatos, pero algo me hacía creer que era el gato miel. Lo veo en sus ojos cuando me mira, apenas por un segundo, antes de apartar la mirada y seguir caminando como si nada. Pero ahí estaba ella, lamiéndose las cicatrices no muy profundas restándole importancia. Al día de verla así solían estar un poco más curadas.
Él, en cambio, parecía arrepentido, aunque nunca se acercaba más de lo que la reja le permitía, aunque yo creyese que podía saltarla. Siempre estaba ahí, esperando. A veces Lila se acercaba por su cuenta, se sentaba frente a la rendija y se miraban durante unos segundos. En ese instante ambos compartían un momento que solo ellos entendían. Pero nunca se quedaba demasiado tiempo, al final siempre se iba, dejando al gato miel tras la reja, dando por finalizado el encuentro.
A lo mejor era solo mi cabeza tratando de buscar un patrón o una historia en la vida de Lila cuando el mismo no existía. No lo sé.
Ahora, cada día, al salir de casa, busco a Lila. Su andar tranquilo, su independencia y su fortaleza me han enseñado algo. Aunque no puede hablar, aunque no sé dónde viene ni a dónde va, Lila me recuerda que las heridas se sanan a su propio ritmo, y que a veces, mirar hacia atrás solo es necesario para seguir adelante.